jueves, 16 de enero de 2014

Museo Abel Santamaría: El eterno 25 de julio de 1953 (+Galería de fotos)

Fidel arrancó el almanaque del 24-7
Marianela González • La Habana
Fotos: Cortesía de la autora
  Con las manos atadas y conducido por varios militares, Fidel Castro llega a la Sierra Maestra tras el revés del Moncada. En una esquina del recinto donde lo mantienen prisionero, logra reconocer a dos mujeres también cautivas, visiblemente maltratadas.
–¿Puedo ir al baño?, pregunta Fidel al guardia.
Una vez solo, aún atado, logra acercarse a una de ellas.
–Yeyé –le susurra al oído–, diles a tus padres que saquen todo del apartamento y lo conserven bien. Cuando triunfe la Revolución, los cubanos y el mundo entero podrán saber dónde comenzó todo.
“Las ideas no se matan”, le había dicho a Fidel el militar que lo capturó. La orden había sido asesinarlo: el líder revolucionario no podía llegar vivo a Santiago de Cuba.
Poco tiempo después, la familia Santamaría Cuadrado entraba en el apartamento 603 del edificio situado en 25 y O, en el Vedado capitalino, y trasladaba todos los muebles y objetos de la casa hasta su vivienda en el poblado de Encrucijada, en la provincia de Las Villas. Allí estuvieron guardados, con celo de madre, hasta 1964. Nueve años más tarde, el apartamento donde se trazó hasta el más mínimo detalle de la lucha revolucionaria contra Batista, se convertiría en Museo Nacional.

El museo conserva la cama donde durmieron los hermanos
25 y O es una concurrida esquina del Vedado. El caminante que no conoce la zona podrá quizá perderse algunos detalles: una librería de fachada discreta, podría decirse que oculta –sin embargo, una de las más surtidas de la capital– o los ancianos que alivian el calor del verano a la sombra de los árboles del parque; pero, ciertamente, habrá uno difícil de omitir: “en el apartamento 603 de este edificio, vivió el líder revolucionario Abel Santamaría Cuadrado”. Así dice, más o menos, la placa tallada en bronce en la entrada número 164 de esa calle.
Mientras sube por el ascensor hasta el sexto piso, el caminante podría pensar que al abrirse encontrará el más impecable y restaurado de los pisos del inmueble. Sin embargo, la sorpresa no será poca al encontrar que solo lo distingue un pequeño cartel con una flecha: “Museo”.
Cuenta la historia que el joven villareño Abel Santamaría Cuadrado había arribado a La Habana en 1947, procedente del Central Constancia, en busca de posibilidades de estudio y trabajo. Una vez establecido, alquila el apartamento que luego compartirá con una de sus hermanas: Haydée. Mucho conocemos de estos jóvenes: “Basta ya de pronunciamientos estériles. Una Revolución no se hace en un día, pero se comienza en un segundo… hora es ya. Todo esta de nuestra parte…”, escribió Abel en uno de los palpitantes textos que aún se conservan de su autoría.
Escritorio llevado por Fidel para el departamento
Con estas señas, no resulta difícil imaginar la cotidianidad de aquel apartamento en los años de mayor efervescencia revolucionaria. En 25 y O se reunían con frecuencia Montané, Raúl Gómez García y Melba Hernández, en su salón redactaron las primeras ediciones clandestinas del periódico Son los Mismos.
Desde el primer encuentro entre Abel y Fidel, aquel grupo inicial se incorporó al movimiento que comenzaba a organizar Fidel desde Prado 109 y en lo adelante serían un mismo núcleo: Fidel trasladó al apartamento del Vedado su buró y sobre él trazó los principales proyectos de la lucha clandestina. Quizá más de una vez, para despejar la mente, leyó alguno de los libros que Abel guardaba en un pequeño librero, a menos de un metro del buró: Martí, Varela, Cervantes, Lenin, las Bohemias dedicadas a la muerte de Chibás… Todos siguen hoy en sus puestos originales. La casa entera permanece intacta: las mismas almohadas con las fundas tejidas por Haydée, la misma cama con su colchón, los mismos platos, el mismo almanaque congelado para siempre en la fecha del 25 de julio de 1953.
Así recibe hoy al caminante, como si aquel grupo de rebeldes hubiese acabado de partir hacia Santiago de Cuba y aún no se recuperase de los sobresaltos, el cuchicheo y la expectación. 


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