sábado, 28 de julio de 2012

Te entendemos Haydée, te admiramos

Haydée, Benedetti (C) y Carpentier

Hace 32 años, Mario Benedetti expresó ante una noticia que lo conmovió en 1980:
      Muchos escribirán, ahora y después, y con todo derecho, sobre su gesta heroica, sobre su función de dirigente, sobre su estilo de trabajo. Pero en estas horas, que pesadamente continúan la escueta noticia de su muerte, quiero destacar por fin el rasgo suyo que, a través de tantos años de convivencia, camaradería y trabajo compartido, me impresionó más hondamente: su bondad, que era tan invencible como su coraje. Vaya a saber por qué extrañas conexiones, ese atributo es el que hoy más me conmueve en relación con esta muerte. A fin de cuentas, ya lo había dicho su admirado Martí: ¡Duele mucho en la tierra un alma buena!

Una carta lanzada al universo hace dos años.


Macondo, 28 de julio de 2010

La fecha de tu muerte pasó desapercibida por nuestros medios, busqué, miré y oí, pero varios trabajos en la radio y la prensa, no fueron suficientes ante tu recuerdo. Y no es que tu pueblo te haya olvidado, pero las circunstancias de tu muerte, aún son un prejuicio inentendible para aquellos que no son capaces de comprender la sensibilidad, esos que en aquellos tiempos hubieran prohibido los Beatles, las minifaldas y el movimiento hippie.
Hacen hoy ya 30 años desde aquel doloroso día de julio, pero tu pueblo, encrucijada, se reunió para rendirte homenaje, y sé que en la Casa de las Américas tampoco dejaron pasar por alto este día en que te marchaste para quedarte para siempre.
Siento repugnancia por aquellos que aún evitan estos temas, que no entienden el dolor en el alma, que no comprendieron que aquel día de julio de 1953 se murió una parte de tu vida.

A Yeyé, porque una bala no puede terminar el infinito


Hace hoy 32 años Haydée Santamaría decidió desaparecer, tal vez por la memoria triste del Moncada. Los ojos de su hermano Abel sumergidos en una palangana y los testículos de tu novio Boris fueron recuerdos desgarradores.
Cuentan los que la conocieron bien, que asistía callada a los actos por el 26 de julio en Santiago de Cuba y se encerraba hasta el otro día en su cuarto.
La huella del Moncada y de sus 61 compañeros caídos o torturados hasta la muerte luego, era un peso muy duro de llevar.
Algunos dicen que nunca pudo superarlo. Su hija Celia María[i] aseguraba todo lo contrario, decía que de aquel dolor, más que tristezas, sacó fuerzas para hacer la Revolución que soñó junto a su hermano en aquel apartamento del Vedado habanero.